La duda.
El sol entra por la ventana, el reloj marca las 11, no tenía ganas de levantarse, era un domingo normal, pero la resaca era intensa. Su vida, tranquila, pero como siempre el alcohol causante de esas depresiones infundadas, había dejado estragos en él. De fondo un ruido, ¿que será? Se preguntaba para sí mismo. Crujiente sonido, cual persona comiendo enfrente de uno ese pan inundado de salsa, que se moja en las pastas del invierno. ¡Pero no! Era verano, hacía calor y estaba en la cama. La intriga empuja la depresión y hace que sus ojos se agranden, se sacudan de lado a lado, se pregunte y repregunte, ¿de donde proviene tal ruido abominable?.
No soportó más y en un acto heroico se sentó en la cama, el sonido provenía de la ventana que daba al frente, ahí en ese espacio muerto que siempre hay entre las rejas y los frentes de las casas. Aún con más heroísmo que antes, saltó de la cama y tan solo con sus pantalones deportivos que utilizaba para dormir, arrancó recorrido a la puerta principal. Abriendo con cautela, no sabía con que se iba a encontrar, asoma su cabeza y no ve nada. Tan solo la reja entreabierta. Algo normal del alcohol es que te hace olvidar las cerraduras.
En ese pastito casi muerto que hay delante de su ventana, estaba Huayra, animal de 35kg, cabellera negra, pies robustos, almacén de pulgas, si, su mascota, algo parecido a una mezcla de Rot Wailer y Doberman, pero con cola. Se miraron, cual indiscreta interrupción en tarea ajena. Acto seguido a eso, él vuelve a buscar con la mirada algo raro y Huayra agacha la cabeza y sigue masticando ese hueso. SI era ella, ¡estaba comiendo! Que alivió no era nada malo Pero… no podía recordar haberle dado de comer la noche anterior.
Huayra! ¿Qué tas comiendo?; le preguntó y acercándose cual alfa de manada. Le quita un trapo manchado de rojo y un pequeño hueso. Llenando su cara de asco observa el trapo y nota, cambiando su cara de asco a susto, que era un pijama de minúsculo tamaño. Su pera casi toca el piso, sus ojos parecían inflarse, su cerebro no podía procesar semejante aberración. Con una mirada interrogante le pregunta. ¡HUAYRA! ¿Qué es esto? La bestia o mejor dicho el animal, agacha su cabeza y lo mira de tal manera que desearía ser un hueso enterrado más que la enterradora de huesos.
El pánico invadió su pecho, dejó caer el pijama y salió corriendo a buscar el teléfono, marcó 911 y cortó! Definitivamente no quería ir preso por algo que hizo su can. Corrió hasta la cocina agarró una bolsa de residuo y volvió al porche de la casa, Huayra ya había devorado el hueso que quedaba y ahora estaba fabricando un trapo con la prenda. Una piña en la cabeza y arrancó las telas de su boca, las metió en la bolsa y metió a la perra, en la casa. Cerró todo y corrió para adentro. Volvió agarrar el teléfono. No soportaba la idea de ser cómplice de un asesinato, marcó y cuando se escuchó “emergencias” revoleó el teléfono contra una pared, estalló en 34 pedazos. Basta! No iba ir preso, eso no estaba en los planes de su tranquila vida. Fue por una pala y comenzó hacer un poso donde entraría la bolsa, sus nervios eran tan grandes que se podían oír sus pensamientos, el sudor salía de su piel como si se estuviese escurriendo un trapo que se saca de un balde. No podía más. Notó que en el pozo que había hecho no solo entraba la bolsa sino que más bien, entraba la bolsa, el perro y algo mas…
tiró la pala para un costado, sus manos temblaban, el sudor seguía saliendo. Nunca había soltado la bolsa la tenía siempre en su mano. Se levantó atropelladamente del sillón donde estaba sentado y salió a paso maratónico con dirección a su cuarto, cogió un revolver calibre 32mm, se fijó si estaba cargado. Lo estaba. Apuntó al perro, pero la mano le temblaba. Solo pudo recordar lo cariñosa que era esa perra con él. Nunca lo dejaba solo, nunca faltó en un momento de tristeza. Cómo podía matarla! Quizá ella encontró eso, lo que encontró, sin vida! Acto de algún rufián. Si, los tiempos que corrían eran violentos, no podía culpar al perro, era algo improbable. Quizá era un trapo viejo con el que limpiaron una mesada luego de cocinar! Había muchas posibilidades antes que la de un morboso cuadrúpedo con bipolaridad. Pero su cabeza pensaba a miles de vueltas por segundo, no se detenía, hasta que algo lo distrajo. Un olor invadió su nariz. Miró hacia abajo y vio que la bolsa negra que pendía de su mano estaba repleta de moscas, la olió y casi se desmaya. Estalló nuevamente su locura y volvió a apuntar el arma contra la desafortunada alimaña que lo miraba, y con una muesca de ternura giró su cabeza peluda menos de un cuarto de vuelta y exclamó un sonido de intriga. Él no lo soportó, se dejó caer al piso y se largó en llanto. Ella se acercó y le lamió la cara. Él la corrió suavemente y sin parar de lagrimear, colocó el arma en su propia boca, pero no se animó a gatillar. Bajó el brazo armado y soltó la pistola. Huayra se sentó al lado de él y la abrazó. Al parecer no había una solución.
FIN.